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Berta Morisot con un ramillete de violetas

 

Una ventana deja que la luz vaya hacia el rostro de mujer. El sol se embebe sobre la cálida pose de mujer.

Ella siente el fino invierno cálido cerca de sus ojos y mira.

Mira pensando.

Quizás en muchas cosas. Una de esas cosas, tal vez sea la historia de aquella luz que la toca y la pinta. La historia de esta luz es el secreto de Berta Morisot. Secreto que guarda en sus ojos. Secreto que encierra en un silencio de boca desnuda. La boca dulce del invierno que se acerca a la boca secreta y pasada de Berta Morisot, que mira con todos sus dos ojos morenos, casi de verano.

Huele a perfume y a seda negra. O a pétalos y pergaminos. Toda su belleza se afirma en el centro del rostro. Nariz y boca virgen. Mejillas rosadas y pendientes de cristal. Infinitas imágenes postergadas que se balancean debajo de su oreja.

Vuelve a pensar: en la ventana que tiene a un costado; en los rincones que recorren la plazoleta de afuera; en dos niños gritando francés; en el color de los árboles desgajados; en el agua muerta de las calles; en los pájaros; y en toda una historia de luz. Piensa, Berta Morisot. En los pájaros piensa. Y desea esconder un ramillete de violetas, imaginando quizás, el modo en que ella misma pintaría la historia de aquella luz, sobre un ramo invisible en sus manos.

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