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Calle con ciprés bajo cielo estrellado

 

Hacer que una carreta ande no es poca cosa. Hay que prever que un caballo mantenga una posición estable, y que haya sido bien alimentado para saber que andará durante horas y horas. Dejarlo beber agua cuando desee, dejarlo pastar cuando desee, y dejar que las moscas se posen en su hocico o en su baba espesa cuando ellas deseen. Esto pasa cuando el caballo camina. Así anda la carreta.

Hacer que las casas sean ondulantes no necesariamente tiene que ver con la pintura de los tejados ni de las paredes, sino con la manera en la que movemos la cabeza y entrecerramos los ojos. Son amarillas y parecería ser que ese color es de algún modo cíclico. Los tejados temen al barro ondulante y tiemblan todo el tiempo, circulares y oblicuos.

No hacer que el sol pose sobre el campo, o no hacer que el sol cubra el trigo, es más simple que la noche. La noche pocas veces cubre a los campos durante el día. O, pocas veces, posa de día, sobre el campo.

Que dos granjeros hablen del puré de papas o de sus mujeres, es por el cansancio de un tarde de trabajo. Puede que tengan las manos curtidas y piensen en la cena. O en sus mujeres.

Que un ciprés se encuentre en un camino es por una semilla.

 

Esta carreta pasa al lado de los granjeros porque el caballo pastó y bebió. Un señor y una señora saludan, sobre esta carreta, a los dos granjeros que hablan de sus mujeres y de puré de papas. Estas personas no tienen sombras, porque tal vez el sol no esté cubriendo el trigo, o no marche sobre el campo; o tal vez porque el sol no es el sol y es luna o noche, aunque sea tan amargo y dulce y amarillo el trigo.

Los granjeros también saludan, y miran a un caballo que pastó y bebió; a una carreta que anda, a una carreta que trota. Voltean para ver a una casa ondulante como los cipreses verdes que vuelan, o parecen volar como la calle. Y los granjeros, entonces, sienten una curvatura extraña en sus cuerpos. Lo raro de este cielo estrellado es que tiene noche y silencio y que en ese silencio y en esa noche parece no haber horario. Los granjeros hablan de sus mujeres y de un puré de papas. Ellos sienten, quizás, que afuera no hay nada que sea del tiempo. No hay ni siquiera arena que haga que esos cuerpos, tanto el de un caballo, el de una carreta, el de una señora y un señor, el de los cipreses, el de los trigos, el de las casas y el de los mismos granjeros, sean cíclicos o circulares o amarillos. Ni siquiera la tierra que haga que este camino de alguna manera sea otro camino y otro camino y otro camino y otro camino con otra carreta, con otro caballo, con otros señores, con otros granjeros que ahora discutirían de alguna otra cosa, y otro cielo estrellado, con otra luna y otro sol y otras casas que ahora, tal vez, ya no serían ni siquiera blandas o elásticas, si no tan sólo otras casas que se posarían frente a una calle con cipreses que quizás, tampoco, fuesen verdes.

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