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El Grito

 

Se han ido. Dos señores que ahora son sombras se han ido. Han caminado a lo largo del muelle (que parece el infinito) quemándose en la madera o en la tarde. Detrás de ellos las barcas padecen a la muerte. De hecho, mueren en el fuego del cielo, que hierve la mugre de los marineros o el verdín de los timones. El cielo y el aire se mueven como si hubiese música. Yendo y viniendo. Volando. El aire denso y helado, sopla sobre toda el agua negra debajo del muelle. El cielo es rojo, no es del infierno.

Se han ido. Sí. Ahora todos son fantasmas que cubren sus rostros o cierran las bocas. Caminan sobre el muelle dejando atrás a un cuerpo horrorizado. En el muelle los cuerpos son del mundo. En este mundo el ambiente es de los cuerpos. Y así van. Van de a dos. En silencio parecen ir. Como fumando parecen. No se ve más que el humo de la tarde cada vez más de tinta. Las barcas han desaparecido. Y ahora el océano está oscuro como el habla.

            El cuerpo horrorizado tiene figura humana. Tiene silueta de hombre. Cubre sus oídos para no escuchar el pensamientos de los otros. Ni siquiera el suyo. Con las manos crecidas lo suficiente y los ojos sin ser ojos, mira hacia el afuera. Nos ve. Nos huele. Nos oye. Nos llama. El cuerpo que grita en lo más mudo del alma, carece de ojos, carece de boca, carece de nariz y de oídos. Tan sólo es dueño de formas. Formas de ojos. Formas de boca y formas de manos. Todo es vacío. Blanco. Quizás los dos señores que ahora son sombras, griten también. Quizás hayan dejado de fumar o tal vez de hablar por unos segundos. Quizás, simplemente, buscan el preciso silencio del mar. Pero este cuerpo que grita sin ojos, sin boca, sin nada: es fantasma.

El color de su ropa es grito. El color de su ropa es cuerpo que se mezcla con la piel de los brazos, con la piel de las manos y la carne de los dedos. La ropa o el cuerpo nacen de la unión del cielo. El mar y el aire son del cuerpo y la ropa. Aquel muelle sufre más y más los cambios del pasado al presente y del presente al futuro. Sufre del alcohol y del horario. Sufre del olor mezquino de la tarde. El olor a cigarro negro con sal de mar. El vértigo y el mareo son propios del muelle, o de los cielos, o de las aguas, o tal vez sean, de ese cuerpo triste y horrorizado.

¿Qué mira?

¿Qué es lo que mira sin sus ojos?

El cielo ha sellado todos los nombres en el tiempo. Y hay algo en este antiguo hombre que nos permite pensar o preguntarnos quizá:

 

¿Será éste el momento en el que yo pierda los ojos?

¿O la boca?

¿O las manos?

¿Será este grito un espejo?

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