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La barca de Dante

 

Leíste a Shakespeare

y a El Fausto, ilustraste.

Entonces Goethe se asustó por verse comprendido.

 

Escuchaste a Gluck

y a Mozart

Y tu tortura metafísica nos hizo caer en Pascal.

 

Meditaste y temblaste de fiebre

frente a Miguel Ángel.

Recogiste al Veronés

y a Rubens como si fuesen una inmensa ola

de cárdenos cerezos

 

Y fijaste el andar de las mujeres en tus calles

Y la rotación de sus caderas

O el temblar de sus pechos.

Y amaste a los caballos blancos y negros,

al cielo de limo blando

o al crepúsculo mitigado entre las nubes.

 

Este es tu idioma.

Porque pintaste a la agitación del alma

a la armonía,

a las regiones,

a lo invisible también.

 

Y al lado de una barca,

orondas lamias y sirenas de Keats

erran por el agua mordiendo

a los cuellos gruesos de los hombres.

Y un infierno de nardos y jacarandaes

se vuelca en este océano de vino negro.

 

Lloran los cuerpos cansados del infierno,

lloran las tripas de los hombres ahogados

en la rueca de las horas

de un mar negro e impávido

de un Dante protegido

en coronas de olivas y un tapado rojo.

 

Y todos estos hombres

Y todas estas mujeres

pertenecen al océano:

Peces del infierno

que beben la sangre de los caídos

en la sal del mar.

 

Tumban las barcas de Flegias

de aquellos,

que escapan de un incendio inaudito y veloz.

 

Arrastrando las escamas

y diez cuchillos

que muerden la espina carnal de la barca

los peces buscan la sangre de los brazos y las manos.

 

Dante y Virgilio escapan hacia

la ciudad de Dite.

El cielo y el océano

son una tormenta en el sur.

 

 

Ahora,

una barca de Flegia se aleja,

solitaria y ondulante,

por el medio del agua.

 

Algunas sirenas viudas cantan.

En la costa,

muere,

un campo de amapolas en la noche.

 

Huele a sangre de tiburón muerto.

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