La encantadora de serpientes
La manzana y la hora y la noche,
han muerto.
Este paraíso de sidra y fruta,
un río mustio de colmenas y azúcar negra,
ha muerto.
Y sólo quedan alcauciles
de un verde fúnebre
que son hojas en los árboles
o polen de eucalipto
y polvo de muérdago
que engendran el veneno y la cólera.
Dios,
vacilante laberinto de preguntas,
es sombra en la sombra.
Y el veneno aroma los horarios
con ciruelos podridos y duraznos.
(Zigzaguea el cólera en la hierba)
Y las hierbas como peces esmaltados
ocultan la esencia de las rosas.
(Zigzaguea la hierba en el viento)
Sopla el cierzo congelado,
Y un canto de madera dulce y flauta
llama a la serpiente,
bajo un cielo tubercular.
“Soy la granada,
Soy la pipa,
Soy la rosa”
Se dice Eva,
la encantadora de serpientes.
Y se mueven sierpes de sierpes,
en el ahogado río lunar:
la noche no es más de nadie,
la noche no es más que un estulto Panteón en ruinas.
Toda luna ha absorbido el canto
y toda manzana
ha creado el oro de la desnudez.
Subyugado, este mundo
entra en la luna,
y en el rosado sueño
de un búho.