Marte y Venus
En un camisón de oro blanco, envuelta
en rojo de Venus, nacido
de la espuma de Citerea.
En el nombre arrastrado del Olimpo, envuelta
en el sol rojo de una campiña,
en el sol rojo de un bosque.
¿Tus ojos de pecho y gorrión
son más profundos que el sueño del hombre?
Cupidos, cabritos y diablos,
países, naturalezas e hijos tuyos
que cabalgan hacia la guerra
sin arcos de fresno ni flechas,
en invisibles jamelgos que beben el sabor del cielo.
Suaves rastros tuyos,
son: pensamientos blancos de mujer
sobre aquel único rostro para hombres y mujeres dormidas.
Repleto de mundos inventados,
de lápidas de nombres y otros nombres.
Tus hijos hacen,
ahora,
dos travesuras en una tarde celeste y verdosa.
Tus hijos pellizcan,
ahora,
un campo de blondos mirtos.
Ahora,
sobre un juego callado y silencioso de siesta africana.
El pasto fresco se enhebra entre tus dedos, Venus.
Y duermen,
los dos.
Duerman,
ahora,
a su manera.
Duerman,
esperando,
de cierta forma,
despertar desnudos y sin días.