top of page

Retrato de Madame Henriot

 

 

Madame Henriot despertará en su cama. Será una damita de unos siete años. Despertará en un castillo con enredaderas de lianas tersas y paredes de hiedras sáxeas. Un palacio de piedra que perteneció a sus ancestros y ahora pertenece a su padre, el rey. El palacio habrá vivido más de cien años sobre un acantilado de oscuros mares negros. Y habrá sufrido las más cruentas batallas jamás vistas por el océano. Una menguante luna de eternas luces nocturnas habrá bañado de leche al palacio durante esos cien años medievales. Entonces la damita despertará cubierta de nieve una mañana verde. Y su cama también estará llena de nieve. Por eso la llamarán, desde niña, Madame Henriot, la damita blanca.

Ella crecerá y tendrá cuarenta caballos blancos de exquisitos pelajes y riendas con broches de oro. Para poder trotar todo lo que desee trotar. Y andar todo lo que desee andar. Y huir todo lo que desee huir, si es que desea hacerlo.

Seguirá creciendo y se convertirá en una dama blanca. Portará hilos de escarchadas perlas y ónices del Pacífico y de otras costas tropicales (porque su cuello esbelto de nieve, lo necesitará).

Será eternamente bella como la eterna edad del agua (porque esa claridad de hielo estará pintada por siempre en su rostro).

Cumplirá más años y tendrá la sangre llena de hormigas, y esas hormigas harán música por dentro (porque sus deseos estarán con ella para siempre).

Poseerá todo lo que se pueda poseer (porque el poder de sus manos la amarrará a un mundo de materia ecoica).

Correrá y correrá, junto a su amiga, Emily White, por todo el campo verde y mojado. Y llegarán hasta el pueblo vecino, y se detendrán con un respiro de fuelle cerca de una cadena de almacenes. Y sonreirán como amigas niñas y dulces.

Tendrá una casa en un árbol. Una casa de madera. Una pequeña casa que ella misma apodará “casita mía”. Y hablará con muñecas de trapo sobre monstruos y enjambres de serpientes. Y sonreirá de nuevo con una alegría tosca de niña.

Cumplirá años subiendo montañas y oliendo los mejores perfumes de Asia. Será joven. Y adulta. Luchará como una oronda mujer o un monumento, un olimpo o un dios de nieve (porque su pecho será aún más grande que la lava del Vesubio).

Los ríos serán suyos. Todos los ríos del mundo.

Y los tiempos de la tierra también. Todos los tiempos.

Así Madame Henriot crecerá y podrá ser una princesa blanca y amará a un rey (un rey de espada y sangre que derramará en antiguas escrituras y cálices de oro Peruano). Y tendrá los mejores tejidos de cáñamo de todo el palacio. Tucanes de colores silvestres que serán para ella como canastas llenas de naranjas gordas y jugosas.

Quizás, Madame Henriot, alguna noche, mientras duerma abrazada de su rey, sueñe con garbones que nacen en lo más profundo de la tierra: duendes noruegos que bailan con jocundos zapatos negros y guirnaldas. Y en ese sueño los duendes saltarán y correrán sobre el raudo camino de los bosques. Y en ese sueño y en aquel camino de los bosques y en aquella tierra de los bosques, la damita volverá a ser damita y sonreirá como una niña que estalla dentro de un reloj de oro y volará con toda una serpentina dorada detrás de sus pies. Escapará de aquellos árboles con bulbosas raíces que se estirarán hasta el centro de lo que Madame Henriot creerá que es la vida. Una vida de tierra, nieves y raíces.

Será reina. Reina con una corona. Pero sencilla, muy sencilla. Tan sencilla como la nieve. Y el festejo será de colmenas ricas y cabras, tocino y aceite de oliva, caviar, albahaca, puerro y ajíes, jabalí asado y cerveza de miel. Comerán y beberán hasta el final de los días, y ella reinará en los cielos de los países más helados y nebulosos que existan en la historia de la tierra. Amará la nieve. Amará su reino de nieve. Amará la misma nieve que la cubrirá mañana. De nuevo. Y tendrá seis hijos. Tres mujeres y tres hombres. Y los seis serán rubios y morochos. Y su rey, su dulce sangre blanca, la abrazará durante el invierno. Y ambos vivirán tapados del sol nocturno, mientras presientan la suave entrada de una primavera repleta de jacintos de la isla de Zante, llegando al reino blanco y nebuloso de Madame Henriot y su rey.

Todo esto sucederá cuando la damita blanca despierte, mientras se desperece, y quite de a poco, la nieve espesa y eterna de su alcoba.

bottom of page